EL ALFABETO DE DAVID LYNCH (1968): CRÍTICA
El Alfabeto (The Alphabet) es un cortometraje de David Lynch realizado en Estados Unidos en 1968 y basado en una pesadilla real. Su director
tiene un especial amor por el dadaísmo y el surrealismo cual queda patente en
algunas de sus películas, cuya misteriosa y hasta inquietante atmósfera mezcla
lo cotidiano con lo soñado escapando a veces a la comprensión exhaustiva del
espectador. Se trata de una chica (Peggy Lynch) quien está tumbada en la cama,
mientras el sonido de unos niños cantando "A, B, C" se escucha de
fondo. Después vemos una secuencia abstracta animada mostrando las letras A-Z
en una secuencia con varios fondos.
Gracias al premio conseguido con el anterior trabajo, Lynch
descubre el poder del cine y adquiere una rudimentaria y estropeada cámara con
la que graba un cortometraje que ya va tomando más forma cinematográfica.
Intercalando imágenes reales con sus ilustraciones, intenta mostrar la
pesadilla del aprendizaje del alfabeto. Su mujer, por aquel entonces, fue la
protagonista, y a pesar de su ruda realización, encuentra en el sonido un
enorme apoyo a la fuerza de sus imágenes expresionistas con tintes
surrealistas, que posteriormente seguiría explorando.
Una pesadilla en cuatro minutos. Se mezcla una evocación
aparentemente inocente, niños recitando el abecedario, con angustias y
terrores. Sin ninguna lógica ni referencias espacio-temporales, al igual que
cuando soñamos de verdad, con un entorno sucio y sórdido, donde el aprendizaje
y la madurez se juntan con la pérdida de la inocencia y el primer paso a un
mundo que no es tan inofensivo como parece. Para Lynch, las letras coartan la
imaginación y la libertad del individuo ya que estas y los conceptos que crean
al asociarse, limitan el mundo y su conocimiento de él.
En este corto hay muchas cosas: surrealismo, terror, humor,
calidad técnica y artesanal y sobre todo mucha, muchísima imaginación. Desde un
punto de vista más subjetivo, me ha parecido que toda la diversa amalgama de
recursos audiovisuales que utiliza está extrañamente bien imbricada,
consiguiendo un fluir desde, por ejemplo, la animación al tiempo real, o desde
una escena a otra, de forma narrativamente muy natural. Es la primera obra de
Lynch que demuestra su dominio del miedo, pero no a base de sustos sino a
través de la intrusión de lo extraño, del otro lado, en entornos y situaciones
cotidianas, lo que lo hace más siniestro.
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